Page 419 - Borges interactivo
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 419 esas rayas, de leer la palabra que en ellas está escrita, se siente libre, como lo había sido Funes en su camastro. Siguiendo la descripción de Borges, imaginé visualmente el cuento. Pero lo imaginé en la India, de donde provenía la esplendorosa fera. Dimos unas vueltas más por el Zoológico, pero él ya no estaba interesado. Después de contemplar con cierta indiferencia el pabellón de los cóndores y las águilas, nos fuimos del jardín. Al escribir el cuento, Borges cambió elementos, hizo escamoteos. El relato fnal no fue el que él me había contado, el que yo había imaginado. En La escritura del dios el protagonista es un sacerdote azteca, prisionero de un español, Pedro de Alvarado. El autor reemplazó la luminosa religión brahmánica por los sangrientos ritos aztecas, la acabada forma del tigre de Bengala por la forma agazapada y disminuida de un tigre de las Américas, con manchas en vez de rayas. El sacerdote recuerda los corazones en los pechos abiertos de las víctimas que ha inmolado. El duro piso de la mazmorra se asemeja al suelo del sótano en el cual él ha visto el aleph. El sacerdote azteca, ese ofciante de una religión de escasa espiritualidad, descubre fnalmente el secreto de la escritura del dios. Y comprende que ese secreto, en caso de ser enunciado, hará desaparecer las paredes que lo rodean y le dará la libertad. Pero el sacerdote no dice la palabra, como Borges rechazando el zahír. Como Borges cuando niega haber visto el aleph. Sabe que tiene el poder y eso le basta. Se conoce el nombre de Dios, ese nombre que, al ser pronunciado, es capaz de cambiarlo todo. Pero tal vez no valga la pena pronunciar- lo. O tal vez quiere Borges disimular con un aparente desdén su falta de osadía. Es extraña la divergencia entre la versión oral de esa mañana en el Zoológico y la versión fnal que se publicó. Se siente una disminución y una pérdida deliberada. El prisionero de la Universidad Autónoma de Chiapas