Page 81 - Borges interactivo
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 81 Stephen Albert me observaba, sonriente. Era (ya lo dije) muy alto, de rasgos aflados, de ojos grises y barba gris. Algo de sacerdote había en él y también de marino; después me refrió que había sido misionero en Tientsin “antes de aspirar a sinólogo”. Nos sentamos; yo en un largo y bajo diván; él de espaldas a la ventana y a un alto reloj circular. Computé que antes de una hora no llegaría mi perseguidor, Richard Madden. Mi de- terminación irrevocable podía esperar. —Asombroso destino el de Ts’ui Pên —dijo Stephen Albert—. Gobernador de su pro- vincia natal, docto en astronomía, en astrología y en la interpretación infatigable de los libros canónicos, ajedrecista, famoso poeta y calígrafo: todo lo abandonó para componer un libro y un laberinto. Renunció a los placeres de la opresión, de la justicia, del numeroso lecho, de los banquetes y aun de la erudición y se enclaustró durante trece años en el Pabellón de la Límpida Soledad. A su muerte, los herederos no encontraron sino manuscritos caóticos. La familia, como acaso no ignora, quiso adjudicarlos al fuego; pero su albacea —un monje taoísta o budista— insistió en la publicación. —Los de la sangre de Ts’ui Pên —repliqué— seguimos execrando a ese monje. Esa publicación fue insensata. El libro es un acervo indeciso de borradores contradictorios. Lo he examinado alguna vez: en el tercer capítulo muere el héroe, en el cuarto está vivo. En cuanto a la otra empresa de Ts’ui Pên, a su Laberinto... —Aquí está el Laberinto —dijo indicándome un alto escritorio laqueado. —¡Un laberinto de marfl! —exclamé—. Un laberinto mínimo... —Un laberinto de símbolos —corrigió—. Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años, los pormenores son irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió. Ts’ui Pên diría una Universidad Autónoma de Chiapas
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