Page 90 - Borges interactivo
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90 BORGES INTERACTIVO Hasta aquí (sin otra omisión que unos vagos sonetos circunstanciales para el hospitalario, o ávido, álbum de madame Henri Bachelier) la obra visible de Menard, en su orden cronoló- gico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También, ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Esa obra, tal vez la más signifcativa de nuestro tiempo, consta de los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Don Quijo- te y de un fragmento del capítulo veintidós. Yo sé que tal afrmación parece un dislate; justifcar ese “dislate” es el objeto primordial de esta nota.[2] Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa. Uno es aquel fragmento flológico de Novalis — el que lleva el número 2005 en la edición de Dresden — que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que si- túan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos decía para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superfcial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una fgura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria. No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admira- ble ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes. Universidad Autónoma de Chiapas
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