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408 BORGES INTERACTIVO En la Argentina, su elección de Ginebra para morir fue sentida como una especie de trai- ción. Sólo el enorme respeto que inspiraba su celebridad —no su obra, no entendida, apenas leída, conocida a través de fatigados clichés, repetidos ad nauseam— inhibió los reproches «patrióticos». No fue eso: fue su gran gesto de liberación. Por otra parte, amaba intensamente la vida y quería «entender». Los hindúes dicen que la meta de la vida no es la felicidad, sino el conocimiento, que sólo a través del conocimiento podremos alcanzar la felicidad. Borges buscó esa felicidad en los libros y en algunas mujeres. Como todos, debió aprender en la dura escuela del dolor y del fracaso. La felicidad la en- contró fnalmente en el conocimiento, en el amor sublimado y —no más y no menos en la admiración que suscitaba en todas partes. Esto era una especie de amor. Una de las últimas veces que lo vi me dijo: «No hay un solo día en que no tenga uno o dos momentos de felici- dad perfecta». Esto quería decir que «el círculo se iba a cerrar», que la espera estaba terminando, que la muerte, su «liberación», ya estaba ahí. Y sólo sentía curiosidad por el lugar, la hora, las últimas imágenes. El lugar lo eligió. Nuestra amistad es el relato de un amor frustrado. Todos sus amores lo fueron hasta una tarde, en Nara, cuando al tocar un Buda descubrió su voz verdadera, esa voz que también eran sus ojos. El hecho de que lo entendiera creó sentido, trazó la forma perfecta que él es- taba buscando y que Dios le tenía destinada. Voy a contar la historia de un desencuentro. Tal vez este desencuentro sirva para lograr un mejor entendimiento de Borges. Universidad Autónoma de Chiapas